Cuando la unión hace la fuerza: la esencia cooperativista

A la sombra de un árbol de mango y sentados frente al mercadito que la cooperativa misma administra, conversamos con algunos líderes de la Cooperativa 13 de enero. Foto: José Ricardo Carballo

Este es un artículo que se elaboró por José Ricardo Carballo, periodista y redactor, para Villalobos y Asociados y We Effect.

La frase del titular podrá sonar trillada, pero, sin duda, calza a la perfección.

Si nos vamos atrás en la historia es probable que encontremos otra que igualmente retrate la razón de ser de un grupo de hombres y mujeres entregados al bienestar común.

Por ejemplo, recuerdo el famoso juramento de auxilio y apoyo mutuo inmortalizado por Alejandro Dumas en su icónica obra, Los Tres Mosqueteros, de 1844.

¿Lo recuerdan? “Uno para todos y todos para uno”. Lo curioso es que, en un reciente viaje a El Salvador, como parte del equipo de la firma de consultores Villalobos y Asociados, pude darme cuenta que aún hay quienes enarbolan la consigna de los fieles protectores de D’Artagnan.

A pesar del paso del tiempo, me quedó claro que, cuales mosqueteros modernos, hay ciudadanos que demuestran a diario lo que el trabajo en equipo es capaz de lograr.

Ellos no son tres ni se llaman Athos, Portos y Aramis. Son decenas de personas de nombres comunes como Iris, Javier, Lucía, Evelia y Manuel que no necesitan de espadas para protagonizar actos valerosos.

Les basta empuñar picos y palas para servir al desarrollo social a través de la construcción de casas que operan bajo un modelo de administración colectiva.

Representan los rostros felices detrás de un movimiento que ha venido a cambiarles la vida por completo, a ellos, a sus familias y a sus compañeros de cruzada.

Hicimos un recorrido por las 34 casas, las cuales denotan el cariño y esmero que, entre todos, pusieron para verlas hechas una realidad. Foto: José Ricardo Carballo

Entendiendo el cooperativismo

Nos referimos al cooperativismo, definido este como una asociación de personas unidas voluntariamente para satisfacer sus necesidades y aspiraciones socioeconómicas mediante una cooperativa de propiedad colectiva y gestión democrática.

Originado en la sociedad europea post industrial, el movimiento se sustenta en siete pilares básicos: ayuda mutua, esfuerzo propio, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad.

Juntos forman los sólidos cimientos sobre los cuales cientos de personas trabajan con ahínco y determinación en pro de un sueño compartido: gozar de una vivienda digna.

“Aquí construimos familias, no casas”, explica Iris González, integrante de la Asociación Cooperativa de Vivienda La Libertad 13 de enero, que reúne a 34 asociados.

Ubicada en el Puerto La Libertad, en el Pacífico salvadoreño, esta asociación es parte de las 20 cooperativas rurales o semirurales que funcionan en el país con la asesoría técnica y capacitación de FUNDASAL (una institución privada, no gubernamental y sin fines de lucro que brinda soluciones de hábitat a familias pobres).

La visitamos a principios de este mes para, de boca de los mismos protagonistas, conocer las bondades de este exitoso modelo social importado de Uruguay y Suecia.

“No ha sido fácil, porque tenemos nuestras responsabilidades aparte de servir a la cooperativa y la convivencia no está libre de problemas, la ventaja es que el espíritu cooperativista siempre prevalece”, comenta Javier Flores, el vicepresidente.

Tras un breve recorrido por el lugar, pudimos constatar la veracidad de sus palabras. Un mini súper, un gimnasio y un invernadero son la clara muestra de que la cooperativa, más que casas, construye estilos de vida sustentables e inclusivos.

En sus once años de trayectoria, ha representado para muchas familias la oportunidad de trabajar, incidir políticamente, capacitarse y hasta heredar viviendas a sus descendientes.

Velando por un derecho humano

Nada de esto habría sido posible sin el apoyo incondicional de organizaciones que, al igual que FUNDASAL, han contribuido a la causa para dotar de un techo a cientos de familias de Centro y Suramérica.

Desde el 2001, We Effect, organización internacional de la cooperación sueca para el desarrollo, promueve el modelo de Cooperativas de Vivienda Autogestionarias por Ayuda Mutua (CVAM) como alternativa para acceder a una vivienda digna y adecuada para las personas de escasos recursos, especialmente mujeres.

“We Effect apoya a cooperativas y grupos organizados de los sectores populares con herramientas para luchar contra la pobreza y la injusticia a base de sus propios esfuerzos. Apoyar iniciativas de autoayuda es la esencia del trabajo de cooperación para el desarrollo que realizamos”, cita la organización en un resumen ejecutivo sobre el Programa Multi-País de Vivienda y Habitat (VIVHA).

A través de este programa busca cambiar la vida de poblaciones vulnerables en Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Bolivia, Paraguay y Colombia.

Con el lema “Más que cuatro paredes y un techo – Construimos comunidades inclusivas, sostenibles y seguras», VIVHA es un programa enmarcado en el derecho humano a la vivienda y el hábitat adecuado, (artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos).

Se encuentra inspirado en cuatro pilares fundamentales: Autogestión, Ayuda Mutua, Propiedad Colectiva y Asistencia Técnica.

No obstante, VIVHA enfrenta grandes retos y uno de los principales es encontrar mecanismos de financiamiento adecuados y sostenibles – donaciones, créditos, subvenciones, etc.-, labor para la cual cuentan con la asesoría de la empresa consultora, Villalobos y Asociados.

Con orgullo y satisfacción, los asociados de ACOVIVAMSE nos relataron los pormenores del proceso para construir su proyecto, ubicado en el Centro Histórico de San Salvador. Foto: José Ricardo Carballo

En la búsqueda de pistas para dar con la fórmula indicada, el equipo consultor prosiguió con su trabajo de campo, esta vez en una de las cooperativas más destacadas del Centro Histórico de San Salvador: Asociación Cooperativa de Vivienda por Ayuda Mutua del Barrio San Esteban (ACOVIVAMSE).

“Es una bendición”

A pesar de ser un domingo en la tarde, sus integrantes nos recibieron, al igual que en su homóloga semirural. Con la misma apertura, cordialidad y –curiosamente– también sentados en círculo –símbolo inequívoco de unión– nos relataron la historia de esta asociación inaugurada en el 2012 y que reúne a 40 familias, 30 de ellas lideradas por mujeres madres solteras.

Entre risas, reflexiones y mucha nostalgia, Manuel, Karina, Argentina, Carmen, doña Ana -conocida como la niña Marconi- entre otros asociados, nos contaron sobre el significado de habitar en una propiedad colectiva.

“Esto es una bendición, muchos venimos de mesones (tugurios) donde vivíamos en precarias condiciones y acá estamos en un lugar seguro, céntrico y limpio donde todos nos cuidamos y ayudamos mutuamente”, dice con orgullo una de las residentes.

“Aquí todos nos conocemos y entre todos nos cuidamos”, agrega don Manuel, un canoso y simpático señor, cuya casa luce impecable, decorada con camisetas y gorras deportivas, así como sendos retratos de sus hijas profesionales.

El complejo se observa limpio, ordenado y acogedor. Desde afuera asemeja un edificio de apartamentos de clase media y al ingresar se percibe el ambiente de mística, esfuerzo y compromiso con que trabajan las personas asociadas, divididas en comités para una mejor organización y división de labores.

Viviendas en altura distribuidas en bloques con paredes pintadas de vívidos colores por parte de los mismos asociados y una cancha multiuso en el centro para disfrute de la niñez y juventud terminan de complementar una estructura estéticamente atractiva y funcional.

Sorteando la adversidad

En mi camino hacia la salida del complejo, veo, a lo lejos, a la niña Marconi. Recostada a la entrada de su casa parece admirar orgullosa el fruto de sus años de lucha incansable.

Luego supe que se dedica a vender galletas y cigarros en la calle. A sus 76 años, es toda una institución en temas cooperativistas. Como líder fundadora, es respetada y apreciada por sus compañeros y compañeras.

Es un concepto de vivienda en altura, con casas distribuidas en distintos edificios, donde habitan familias lideradas, en su mayoría, por mujeres jefas de hogar. Foto: José Ricardo Carballo

“Estuvimos año y medio con la pala al hombro para levantar esto. Fue muy cansado, hubo obstáculos, a veces hasta sufríamos de insolación o accidentes, pero lo conseguimos”, expresa mostrando sus manos agrietadas por el arduo trabajo.

Investigando para la elaboración de este artículo, me encontré una frase que llamó mi atención y que creo resume el trasfondo del mensaje de esta emprendedora mujer.

“El cooperativismo es un movimiento social que nos motiva, nos enamora, nos familiariza, nos une, nos hace personas autogestionarias, solidarias, democráticas, fuertes y sobre todo personas luchadoras”.

La niña Marconi, Javier, Iris, Lucía, Belarmino, Manuel, Karina y todas las personas que pudimos conocer en la gira son el vivo ejemplo de ello. No tendrán muchos recursos, pero les sobra entrega, sacrificio, espíritu de superación y un inquebrantable sentido de unión en pro de una meta en común.

Son, en síntesis, los mosqueteros cooperativistas del siglo XXI… “Uno para todos y todos para uno”.

Por

José Ricardo Carballo