Cuando se piensa en un telar se suele pensar en manos que codifican los hilos para narrar en su forma más simple, más basta, la historia. Pero el lenguaje tiene sus variantes, y la historia se cuenta de distintas maneras. Las mujeres de El Níspero tejen sin hilos, estas artesanas usan algo, un monte que llaman tule. El tule crece salvaje y luego ellas lo domestican con sus manos, lo acicalan, trazan con él la geografía de un sueño: érase una vez que las mujeres inventaron el mundo y en el mundo que inventaron eran libres, eran felices, eran lo que ellas querían —les daba la gana— ser.
Una memoria colectiva y ancestral
Esa memoria colectiva que ellas preservan parece, habita en su instinto de artesanas, las mujeres de esta cooperativa de tejedoras lo intuye, saben que transmitir entre ellas, unas a las otras y las que vienen después de las que están ahora, es vital para que el telar de sus memorias no desaparezca, y tejen. Pero qué tejen las mujeres de El Níspero.
Una sola persona no hace nada pero un grupo hace bastante
Domitila narra su historia, la de su grupo.
Sus manos advierten que el tejido es una forma colectiva de entenderse, de reconocerse en la otra, de estar juntas aunque el machismo de sus maridos haya querido impedir que se juntaran. Domitila, quien enseñó a las demás mujeres a tejer el tule, ha creído en la idea que enseñar a sus compañeras de grupo es una forma de multiplicar el conocimiento, algo que una vez no le pertenecía, que le fue conferido y que ahora ella lo comparte sin egoísmo con sus compañeras. Han formado un grupo que teje el tule del que hacen petates —estas alfombras artesanales que los indígenas usan para casi todo: dormir o sentarse—, carteras, piezas de joyería, bolsas.
Viendo las estrellas
El Níspero, ubicado en el departamento de Santa Bárbara, es un pueblo pequeño, que conjura una geografía accidentada entre las montañas que caen. Desde arriba parece que el pueblo tiende al abismo, desde ese abismo, todo lo que se ve son gentes que andan en silencio, que tejen en silencio, apenas el bullicio de los niños en la escuela, la única escuela del pueblo. El tule es el oficio de todas, de todos.
Una macoya, cuentan, es la mata del tule que no debe ser cortada hasta que cumpla su ciclo lunar, las artesanas del grupo Las Rosas hacen de astrólogas, ven al cielo y observan el movimiento de los astros, esta danza en el cielo determina las jornadas de corte de tule y la temporada de tejidos.
Encontrar un mercado justo
Su reto principal es el reto de los pequeños emprendimientos en Honduras: encontrar el mercado justo que les permita dignificar su labor, es decir, encontrar los clientes suficientes que les permita vivir de tejer el tule, algo en lo que ahora mismo ponen empeño.
Las Rosas es una de las iniciativas económicas que son apoyadas por We Effect y el Consejo para el Desarrollo Integral de la Mujer Campesina (CODIMCA). Esto permite que Domitila y sus compañeras, que viven en el occidente hondureño, accedan a distintas capacitaciones, talleres que fortalecen sus capacidades como artesanas, que empiedran su identidad de mujeres. Y aunque en todas las integrantes de este grupo persiste la sensación que debieron organizarse mucho, cuando eran más jóvenes, ellas sueñan con que el grupo continúe muchos años más, que mujeres jóvenes se incorporen, que aprendan el oficio de tejer el tule y que a través de esto conquisten su independencia económica, que se sientan orgullosas de ser las mujeres que decidan ser.
Esta historia es una experiencia de nuestro proyecto “Construyendo Ciudadanía y Empoderamiento Integral de la Mujer Lenca y Garífuna”. El proyecto fue ejecutado por CODIMCA y CEM-H y co-financiado por We Effect, TRIAS y la Delegación de la Unión Europea en Honduras. ¡Conócelo aquí!