Éxitos económicos traen más que bolsillos con dinero

Ana Mejía, Guatemala. Foto: Claudio Vasquez Bianchi.
Ana Mejía, Guatemala. Foto: Claudio Vasquez Bianchi.
En Guatemala, las mujeres rara vez abandonan sus hogares sin el permiso de los hombres, y pocas tienen algo que decir en sus comunidades. Tener una propia economía puede cambiar todo. Cuando Ana Mejía Chococ comenzó su negocio, pasó de ser una tímida ama de casa a ser una emprendedora exitosa.

– Cuando me casé, me sentí feliz. Pensé que la vida era como una flor, iba a ser bonita por siempre. Pero después de un tiempo, la luna de miel se acabó y todo cambió. Ahí es que el maltrato comenzó.

Ana Mejía Chococ vive en el pueblo de Tierra Linda en Guatemala. Tal como lo sugiere el nombre es un lugar hermoso, con verdes cerros que, gracias al clima cálido y húmedo, siguen así todo el año. El ambiente representa un fuerte contraste a los recuerdos más profundos y oscuros de Ana. Recuerdos que ella ha querido dejar atrás, pero que ahora nos comparte.
– Yo solo tenía 14 años cuando me casé. Todavía quería jugar con los otros niños del pueblo. No había aprendido a cocinar, ni limpiar. No sabía nada de tareas domésticas, no entendía cómo servir a mi esposo, nos cuenta Ana.

Una de cada cuatro niñas casada

La historia de Ana es parecida a la de muchas otras mujeres en la región de América Latina, donde una de cada cuatro niñas está casada antes de cumplir los 18 años.
En Guatemala, los matrimonios de adolescentes son comunes y se estima que el 30 por ciento de las niñas están casadas antes de los 18 años. En las áreas rurales, donde las perspectivas son muy limitadas, asegurar un matrimonio para sus hijas es un alivio a la carga económica de muchas familias.

La violencia contra la mujer también es extensa. Cada año más de 50,000 casos de crímenes de violencia contra las mujeres son denunciados. Guatemala también es uno de los países del mundo con la tasa más alta de muertes violentas entre las mujeres – los feminicidios ocurren diariamente.

Una historia violenta, incluyendo un conflicto armado interno de 36 años, la pobreza marcada y una sociedad impregnada de discriminación, especialmente contra los pueblos indígenas y las mujeres, son algunas de las explicaciones para estas tristes cifras.

Roles tradicionales arraigados

– Los roles tradicionales de género están profundamente arraigados en nuestra sociedad. Para los hombres la mujer existe para su satisfacción – ella es su sirvienta. A medida que las mujeres empiezan a participar en la economía de la familia y en diferentes procesos de toma de decisión en sus comunidades, vemos que esto está cambiando. Las mujeres comienzan a tener agencia y los hombres entienden que a ellos también les conviene que las mujeres participen, dice Carmela Xol de Aproba-Sank, una de las organizaciones contraparte de We Effect en Guatemala.

Aproba-Sank trabaja, entre otras cosas, para aumentar la participación de las mujeres indígenas en la economía, la sociedad y las políticas locales. Hace más de diez años, organizaron una escuela rural para las mujeres de la organización. A través de la escuela, las mujeres adquirieron nuevos conocimientos sobre métodos de agricultura orgánica. También fueron fortalecidas, empoderadas y motivadas.

Las mujeres, ahora orgullosas de ser productoras y agricultoras, querían seguridad financiera y tener voz en la sociedad. Pero cuando trataron de vender sus productos en el mercado municipal de Chisec se toparon con puertas cerradas. La municipalidad no quería dejarlas entrar. Pero ellas no se rindieron. Tomaron el asunto en sus propias manos e iniciaron un propio mercado campesino donde todos los productos son orgánicos y producidos localmente.

Diez años después, el concepto del mercado campesino se ha extendido a varios municipios de Guatemala. El mercado y su potencial de fortalecer la economía local y, en particular, las oportunidades económicas de las mujeres han atraído la atención e interés de municipalidades de otros países en Centroamérica. El modelo está en aumento.

Recuerdos más alegres

Volviendo a la historia de Ana; sus recuerdos están comenzando a ser más alegres y su cálida sonrisa ha regresado. A Ana le gusta hablar del mercado campesino donde ella vende sus frutas y verduras. Se siente contenta y feliz, porque el mercado, significa independencia, empoderamiento y sororidad.
– Al principio, tenía dudas sobre la idea de vender en el mercado, me daba pena y vergüenza vender nuestros propios productos. A mi esposo tampoco le gustaba la idea de que yo fuera sola a la ciudad.

Pero las necesidades de la familia tuvieron la prioridad.

– Un buen día en el mercado puedo ganar para comprar comida y otros gastos de la familia, y además para ahorrar en mi propia cuenta.

Los ahorros de Ana ya han tenido un efecto positivo e inesperado en la vida cotidiana de la familia. Un día, el esposo de Ana volvió de la ciudad y le contó sobre una motocicleta que había visto. Se veía muy buena y con ella, él y Ana podrían llegar al cultivo de la familia en unos pocos minutos, en lugar de, cada día, ir caminando por varias horas. ¡Además estaba en oferta!
– Él decía que era una lástima que no tuviéramos ese dinero, porque estaba a buen precio. Yo le pregunté cuánto costaba la motocicleta. “8000 me respondió”. Y le dije “Bueno, entonces vamos a ir al banco a buscar ese dinero y yo te compraré la motocicleta. Será un regalito”, nos cuenta Ana con una gran sonrisa.

– Él me miró como si estuviera loca. ¡No podía entender que yo tenía tanto dinero!

La gran sonrisa de Ana se convierte en una risa contagiosa.

– Yo me siento feliz, me da mucha alegría poder contribuir a las necesidades de mi familia.

Cambios importantes

A la par del éxito económico de Ana, otras cosas también han ido cambiado. Un día, el esposo le dijo que ya no le pegaría más. Desde entonces, los dos ni siquiera se han peleado.

– Mucho ha cambiado. Hoy mi esposo me apoya en mi trabajo. Ya no necesito preocuparme por lo que va a decir o pensar de mi trabajo. Hoy estoy feliz con mi vida.

La situación de Ana cambió bastante cuando ella pudo ser capaz de contribuir a la economía de la familia. Desafortunadamente ella es una de pocas mujeres que logran independizarse y romper con los roles de género. Según Ana queda mucho por hacer para llegar a la igualdad y asegurar los derechos de las mujeres. Para muchas de sus compañeras del mercado campesino, es normal que los hombres tengan el poder de la familia. Ana ha visto casos en que las mujeres venden los productos, pero los hombres se hacen cargo del dinero.

– Muchas compañeras necesitan pedir permiso para vender en el mercado, así también era para mí antes. Pero ahora pienso: ¿por qué tendría que pedir permiso? Yo decido por mí misma, soy una persona independiente, dice Ana.