En el pueblo de San Jerónimo, en el norte de Nicaragua, la población ha vivido del cultivo del café por décadas. La cooperativa de café Mártires de Cantagallo, con más de 100 socios y socias, ha sido históricamente dominada por hombres. Pero cuando los hombres se unieron al conflicto armado en los años 80, las mujeres del pequeño pueblo comenzaron a trabajar el café. Para ellas era natural trabajar la tierra, sus familias necesitaban un ingreso para poder sobrevivir y ellas eran jóvenes y hábiles.
Las mujeres – ayudantes al trabajo del hombre
Sin embargo, una vez que el acuerdo de paz fue firmado, los hombres regresaron a sus casas y sus parcelas. La vida pareció volver a los antiguos esquemas. Porque, aunque las mujeres habían trabajado todo el proceso del café por años, su trabajo no era tomado en cuenta. Las mujeres no eran vistas como productoras, ni sujetos económicos y políticos, más bien cómo ayudantes al trabajo del hombre. El hecho de que pocas de las mujeres tenían sus propias tierras era un limitante que reforzaba esa imagen. Tampoco tenían experiencia de organizarse y participar en la cooperativa. Por lo tanto, no estaban en los espacios de toma de decisión. Antonieta Monzón fue una de las primeras mujeres que se integró a la cooperativa.
– Yo siempre me he organizado, así que para mí no fue difícil integrarme a la cooperativa. Pero para las otras mujeres lo natural era no estar organizadas.
Un enfoque de género necesario
Cuando la organización PRODECOOP – una central que aglutina a 38 cooperativas de base en las zonas cafetaleras de Nicaragua – adoptó una política de género, las cosas comenzaron a cambiar. Procesos de sensibilización fueron iniciados; los y las socias de la cooperativa participaron en talleres sobre igualdad de género, una comisión de género fue formada y campañas sobre igualdad de género fueron realizadas. Las mujeres recibieron capacitación en liderazgo y administración, y de poco a poco fueron integrándose al trabajo de la cooperativa.
Según los hombres cooperativistas, ellos antes eran machistas. Querían ser los que tomaban las decisiones y algunos se guardaban el dinero y no les daban a sus mujeres. El hecho de que todas y todos los socios de la cooperativa han participado en capacitaciones enfocadas en igualdad de género ha mejorado la vida cotidiana de toda la cooperativa. El trabajo de las mujeres es valorado y la división de trabajo a nivel de hogar ha comenzado a cambiar.
– Antes, los hombres no estaban involucrados en el trabajo de la casa. ¡Ni un balde de agua podían ir a buscar! Y si había una reunión importante, siempre iba mi esposo. Ya no tengo que pensar que mi marido me va a reclamar si salgo a una capacitación o una reunión. Y él me apoyó cuando quise ser parte de la directiva, nos cuenta Victoria Talavera.
Las cifras demuestran el cambio
Hoy, casi la mitad de los y las 100 socias de la cooperativa son mujeres. Tres de siete en la junta directiva son mujeres. Además, la introducción de un fondo de compra de tierras ha ayudado a las mujeres a tener su propia tierra. Así logran obtener una seguridad económica para sus familias.
– Las mujeres hemos peleado por nuestro rol en las cooperativas y ahora ya somos parte de la dirección. Cuando nos reunimos con lideresas de otras cooperativas vemos que esto ha ido avanzando también en otras cooperativas. Así que nos sentimos alegres y satisfechas, dice Antonieta con una gran sonrisa.
En la página web de PRODECOOP puedes leer más sobre su política de género.