El conflicto armado despertó un compromiso en Juana

Juana Gomez en Aurora 8 de Octubre, Alta Verapaz, Guatemala. Foto: Claudio Vasquez Bianchi
Juana Gomez en Aurora 8 de Octubre, Alta Verapaz, Guatemala. Foto: Claudio Vasquez Bianchi
En la aldea Aurora 8 de octubre la mayoría de la población son retornados. Personas originarias de diferentes partes del país, tienen una cosa en común – todos se vieron obligados a huir de sus hogares durante el conflicto armado interno de Guatemala. Juana Gómez es una de ellas, y aunque la guerra le trajo mucho sufrimiento, un nuevo compromiso le cambio la vida.

En el calor húmedo que caracteriza el norte de Alta Verapaz, Guatemala, se encuentra Juana Gómez tejiendo. Ya falta poco para que finalice la cartera colorida que tiene en sus manos. Juana es una mujer energética, alegre y sonriente.
De repente, su amplia sonrisa cambia, su rostro refleja la agonía de su historia. Su voz empieza a quebrarse y sus ojos se llenan de lágrimas. Juana ha tratado de dejar atrás los horrores de la guerra por mucho tiempo. Pero el conflicto armado siempre está presente. Como una sombra oscura, los aterradores recuerdos la siguen a través de la vida.
– La primera vez que el ejército llegó a mi aldea no tenía ni diez años. Pasaron por todos lados, incluso por la escuela donde yo estaba, preguntando “¿Dónde está la guerrilla?”
Nos juntaron a todos, eligieron a dos hombres y les dispararon.

Mi padre fue torturado enfrente de nosotros, pero no se murió

Algunos meses después lo mismo se repitió. Nuevamente aparecieron los militares, juntaron a todos los hombres de la aldea y empezaron a interrogarles.
– Mi padre fue torturado enfrente de nosotros, pero no se murió, dice Juana con lágrimas en los ojos.

El conflicto se intensifica

Incidentes como estos comenzaron a ocurrir regularmente. El conflicto armado interno de Guatemala, que comenzó en 1960, se intensificó a los principios de los años 80. Las desapariciones forzadas, la tortura, la persecución y las masacres se convirtieron en algo común en las zonas rurales de Guatemala. Más de un millón de personas se vieron obligadas a dejar sus hogares, la mayoría de ellas fueron desplazadas internamente, otras huyeron a México.
Así también Juana y su familia. Una noche dejaron sus cosas guardadas y comenzaron su larga caminata al país vecino. Al llegar a la frontera, Juana, sus hermanas y las otras mujeres del grupo se quitaron sus güipiles y cortes, para que no se les viera que eran refugiadas de la guerra.

No tenían nada durante el exilio

El tiempo fuera de Guatemala lo pasaron en diferentes campamentos de refugiados a lo largo de la frontera. El padre de Juana, quien siempre había sido el que proveía a la familia, tenía serios problemas de salud después de la tortura. A los 10 años, Juana, junto a su mamá, comenzó a trabajar en los cultivos de café. El trabajo era duro y fastidioso.
– Durante el exilio no teníamos nada. Trabajábamos mucho para poder mejorar nuestra situación. Hicimos todo lo que podíamos y afortunadamente sobrevivimos.

Pero no todos tuvieron la misma suerte. La vida en los campamentos era difícil, la comida escasa. Carmen Morales vivió diez años en México antes de regresar a Guatemala. Durante el exilio perdió a su hijo menor.
– Él tenía solo tres años y se enfermó. No teníamos alimentos ni medicinas para salvarlo, dice Carmen en voz baja.
– La única diferencia es que hoy hay paz, ya no tenemos que tener miedo. Pero todavía somos pobres y no tenemos suficiente dinero.

Al organizarme, aprendí sobre los derechos y la participación de las mujeres

El conflicto iba terminando

Después de varios intentos fallidos en las conversaciones de paz, las cosas comenzaron a lucir más brillantes a principios de los 90. Muchos decían que el conflicto estaba por terminar y muchos exiliados guatemaltecos comenzaron a planear el retorno. Juana era joven y la guerra había despertado un compromiso nuevo en ella. Se involucró y unió a una organización de mujeres recientemente formada, Mama Maquin, y una vez que se decidió que regresarían a Guatemala, Juana formó parte del comité de planificación.

– Al organizarme, aprendí sobre los derechos y la participación de las mujeres. Antes las mujeres no salían de sus hogares, nunca se habían involucrado y organizado. Durante el retorno alguien tenía que representar los intereses y necesidades de las mujeres, y esa persona fui yo.

El dolor y el sufrimiento de la guerra siempre será parte de Juana, pero hoy ella desea pensar en el futuro y trabajar por un futuro mejor.

– Creo que las mujeres tienen mejores oportunidades y derechos hoy que antes de y durante la guerra. Algunas cosas han cambiado porque nos hemos organizado. Yo todavía sigo comprometida con la organización, voy a las reuniones porque me da energía. Nadie puede detenerme, dice Juana y su rostro brilla junto a su gran sonrisa.